Criticar Jane Eyre siempre ha significado buscarse el antagonismo de los demás. ¿Pero qué sería del mundo si todos opinásemos lo mismo? Es en la expresión de la diferencia donde reside el enriquecimiento.
Esta novela, escrita por
Charlotte Brontë y publicada bajo el seudónimo
Currer Bell —de quien ya hablamos— en 1847, narra la historia de una joven fea, huérfana, pobre y sin gracia, en la Inglaterra victoriana. Y hasta aquí el argumento, porque todo lo demás no haría sino estropear la experiencia de ir descubriendo qué vicisitudes y sorpresas le esperan a la protagonista.
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Cartel de la película |
A los que ya la conozcáis —los que no dejad de leer ahora mismo e id a buscar un ejemplar ya—, si hiciéramos un análisis objetivo, carente de la emotividad en la que nos sumerge su lectura, ¿dónde encontraríais esa clave que ha hecho de este libro un
bestseller eterno? Estamos hablando de una obra con más de diez adaptaciones cinematográficas, la última es la reciente versión de
Cary Joji Fukunaga, protagonizada por
Mia Wasikowska y
Michael Fassbender.
Existen unos hitos bien diferenciados que marcan las etapas de esta novela: Gateshead Hall, Lowood, Thornfield, Whitcross y, de nuevo, Thornfield.
La primera es la mansión de sus tíos, los Reed, donde una Jane niña encuentra el calor y la seguridad necesarios para recuperarse de la pérdida de sus progenitores... hasta que fallece su tío. Y, entonces, queda a merced de las envidias, inseguridades y crueldad de la esposa de éste y sus hijos. Memorable el cuarto rojo —the red room— y, una vez más, ese juego con las palabras que en su casi homofonía le hablan a nuestro subconsciente de sinonimia.
Lowood es el internado, por llamarlo de alguna manera, donde pasa muchas miserias, es víctima de injusticias e inclemencias. Sufrimiento, sufrimiento y más sufrimiento. De hecho, aunque es el sitio en el que conoce la amistad, también allí la pérdida vuelve a visitarla en su forma más irrevocable. Como le sucedió a la propia Charlotte, porque Lowood —sonoridad en busca de significados— no puede dejar de relacionarse con el colegio al que fueron enviadas ella y sus hermanas, instituciones tan socorridas para aquellas familias que no ocupaban el estrato social más bajo, pero que no disponían de recursos económicos suficientes.
Thornfield significa campo de espinas, significa una puerta abierta a la independencia, la expresión de sí misma y el amor adulto. Y aquí es cuando comienza la aparición de elementos propios de la novela gótica, tan criticada en la época y con tan mala fama. La tenebrosa mansión, la figura masculina de autoridad envuelta en misterio y con oscuros propósitos, los gritos y pasos a medianoche, la pobre jovencita indefensa y abandonada de la mano de Dios, los poderes ocultos y la magia gitana...
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M. Wasikowska como Jane |
Se descubre el misterio —intentad leer
Wide Sargasso Sea de
Jean Rhys—, el argumento da un giro de «pero aquí qué ha pasado» y el lector aparece en otra historia completamente diferente, en Whitcross, con personajes totalmente nuevos, como la octava temporada de una serie a la que los buenos resultados
económicos de audiencia le han prolongado la vida.
Por fin, Jane había encontrado quien la quisiera, pero renunció a ello voluntariamente. Consideró su valía y la de sus sentimientos superior a cualquier eventualidad moral, sí, pero la conciencia y la educación le pesaban demasiado. Antepuso su dignidad a su felicidad... y, además, tenía que volver como una triunfadora, libre y poderosa, salvando a los demás, que han perdido la fuerza que ostentaban. Por eso, de nuevo, Thornfield.
Y, retomando la pregunta de antes, ¿dónde está la clave de su éxito? A nivel personal, nos pueden gustar más o menos las peripecias de Jane, sus reacciones y sus decisiones. Pero no podemos dejar de preguntarnos si le ha ganado el pulso, en el tiempo, a los prejuicios sobre las series de calado sentimental y con variedad de acento. ¿Qué la diferencia de
David Copperfield?
Esta chica, de apellido que suena a aire, lo único que buscaba era sentirse querida. Ser libre, pero no en soledad. Y, sin embargo, parafraseando a
Holly Golightly, tuvo demasiados días rojos.