Si hace unos meses nos hubieran preguntado qué era la «obsolescencia programada», probablemente no hubiéramos sabido qué responder. Pero, ahora, parece que casi todos somos conscientes de su significado, aunque no demasiado de sus consecuencias.
Uno de los grandes responsables de la difusión, aquí, de esta expresión para determinar aquello de «ya no se hacen las cosas como antes» ha sido el estupendo documental
Comprar, tirar, comprar, emitido en La 2.
En él, se nos muestra cómo, desde la fase del diseño, se crean productos de toda índole con una «esperanza de vida útil» muy corta, de consumo rápido, frágiles... o, sencillamente, atractivos según la moda imperante en esa temporada.
«El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de algunos». Mahatma Gandhi
Pero, entonces... ¿qué sucede con la literatura? Y aquí es donde surge el debate, las discusiones y los desacuerdos.
Primera gran diferenciación. El libro como soporte, como objeto, y la literatura como contenido. ¿Hay que considerar ya obsoletas las obras impresas? Cuando el número de lectores que utilicen e-books sea muy superior al que se mantenga fiel al modo tradicional, ¿empezarán a marearnos con las extensiones de archivo válidas para poder leer en tal modelo o en cual versión del mismo producto? ¿No lo están haciendo ya?
En lo referente a las temáticas, por abordar una de las muchas facetas —estilo, estructura, recursos, etc.— sobre el contenido, ¿no existe una fecha de caducidad relativa e inherente a los temas que ahora inundan el mercado editorial? Hoy se escriben publican obras sobre adolescentes y vampiros, hace unos años sobre códices y enigmas pseudo-históricos... independientemente de la calidad de estos. Entonces, ¿son los bestsellers libros de obsolescencia programada? ¿Eso también incluye a los movimientos artísticos?
Sí y no. Aquí tenemos, como ya hemos comentado en otras ocasiones, una de las razones que convierten una creación literaria en un clásico, la que ha hecho de Shakespeare un gigante. Es decir, la universalidad de la obra, más allá del tiempo y otras variantes. Porque Drácula es algo más que mordiscos.
Segunda gran diferenciación. ¿Es la literatura un producto? ¿Un producto de consumo, con vida útil? Según los que mandan, sí, ya que nos cobran el IVA sin ningún tipo de remordimientos.
Es más, sea literatura o no, son un gran sustento de los grupos editoriales, son los que en realidad permiten la existencia del verdadero mercado literario. Estamos hablando de los libros de texto. Estos dejan de ser válidos, tanto por sus contenidos como por su creación para ser utilizados en lugar de los cuadernos, de un curso a otro. De hecho, quizás una posible entrada lleve el siguiente título: Libros de texto. Obsolescencia programada «por prescripción».
Hay más diferencias, bastantes más puntos que se podrían debatir, montones de interrogantes por contestar. Pero, en definitiva, se podría decir que, al igual que ha sucedido siempre, la creación literaria está innegablemente determinada por las circunstancias sociales del momento... y sólo hace falta mirar a nuestro alrededor para saber en qué tipo de sistema estamos inmersos.
¡Ah!, nosotros también tenemos obsolescencia programada, ¿no?