De este
modo fue como, meses después, ese manuscrito que revisaba, añadía y
reelaboraba, terminó siendo un libro de relatos. Aunque «terminó» no es la
palabra más adecuada, porque a El decreto
de la luz le quedan aún muchos más pensamientos por conquistar.
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Imagen de la cubierta de Carlos Romo |
Centrándonos
en una descripción analítica y estructural, diremos que es un compendio de
relatos breves de marcado carácter intimista, donde la autora implica al lector
en una reflexión sobre el valor de la comunicación mediante la palabra, incluso
cuando ésta no es pronunciada. Además, el entorno bucólico, la adjetivación e,
incluso, la particular sintaxis son elementos que promueven la lectura calmada
y meditativa.
Sin
embargo, como imaginación no falta…, al leer El decreto de la luz, es fácil pasear junto a Ainhoa, por algún sendero de los campos de su
tierra tarraconense. Y pararse ante una bifurcación, entre la bruma o el sol picante, para
escuchar todo eso que el silencio tiene que contarnos.
Nunca
se sabe dónde vamos a encontrar el camino por el que puedan discurrir nuestras
ilusiones.