Pareciera
que, hoy por hoy, no sirven de nada los conocimientos —no de amistades, esos
siempre valen—, la cultura, el saber o, sencillamente, la creatividad. Tantos
se preguntan por qué estudiaron, por qué despilfarraron su tiempo, esfuerzo y
dinero en conseguir una titulación académica… Y demasiados se arrepienten,
porque el panorama actual los sitúa en un escalafón laboral y social muy
inferior al que buscaban, por el que se han pasado años luchando.
Por
otro lado, sentarse a leer, escuchar o ver las noticias del día es una
confirmación de temores y la siembra de otros más profundos. El regreso de ese
pasatiempo infantil que hace tantos años quedó obsoleto, o eso creíamos todos,
ha puesto en papel con una silueta punteada la salud, la edad, la ayuda, la
educación de casi todos. Y así, en un parpadeo, se han convertido en
recortables, esperando las tijeras de niños mal afeitados.
Sin
embargo, el privilegio de obtener una educación no es algo que esté ni haya
estado al alcance de todos. El pasaje a un mundo donde las fronteras no se
terminan a la vuelta de la esquina, sino que se expanden a lo largo y ancho,
bordeando el desconocimiento humano, eso… eso no tiene precio.
Es la
conformación de un rasgo de la identidad de cada persona que no pueden robarle,
ni arrebatarle, por más que no le dejen usarlo abiertamente.
Es una
enseñanza de vida que a Jenny le costó más de una hora en An Education, pero que no podemos olvidar en épocas como ésta.
Porque si hay algo que puede convertir a alguien en independiente —sea cual sea
su situación física—, es su capacidad de pensamiento.
Sí, ya sé. Solo al que es felizse le quiere. Su vozse oye con gusto. Su rostro es bello.
Fragmento de Malos tiempos para la lírica de Brectht