sábado, 21 de abril de 2012

El decreto de la luz

Entre el alboroto de la pequeña invasión de los viajantes, elegidos y no, apareció Ainhoa Riballo. Llegó como compañía y se quedó como autora.

De este modo fue como, meses después, ese manuscrito que revisaba, añadía y reelaboraba, terminó siendo un libro de relatos. Aunque «terminó» no es la palabra más adecuada, porque a El decreto de la luz le quedan aún muchos más pensamientos por conquistar.

Imagen de la cubierta de Carlos Romo
Centrándonos en una descripción analítica y estructural, diremos que es un compendio de relatos breves de marcado carácter intimista, donde la autora implica al lector en una reflexión sobre el valor de la comunicación mediante la palabra, incluso cuando ésta no es pronunciada. Además, el entorno bucólico, la adjetivación e, incluso, la particular sintaxis son elementos que promueven la lectura calmada y meditativa.

Sin embargo, como imaginación no falta…, al leer El decreto de la luz, es fácil pasear junto a Ainhoa, por algún sendero de los campos de su tierra tarraconense. Y pararse ante una bifurcación, entre la bruma o el sol picante, para escuchar todo eso que el silencio tiene que contarnos.

Nunca se sabe dónde vamos a encontrar el camino por el que puedan discurrir nuestras ilusiones.


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