Existe gente que ve historias allá por donde va. Alza la mirada hasta el espejo retrovisor, mientras espera en un semáforo, y ve una escena completa dentro del coche de atrás. Están discutiendo, ¿conduce ella?, la madre de él le ha elegido los calcetines para la boda, son color pistacho, ¡¡ella es alérgica a los frutos secos!! Verde.
Pizzas precocinadas, pan de sándwich, cerveza, mayonesa, palitos de pescado, jamón plastificado, calamares a la romana congelados, cruasanes con chocolate, leche entera, cerveza, tortilla de patata al vacío, papel higiénico, pan de hamburguesa con la carne hecha ya dentro, cerveza… bip, bip. Le va a dar el escorbuto, ¿qué tal un kilo de naranjas? Fuerte, con el pelo aún húmedo y las manos anchas, trabajadas. Tiene algunos arañazos profundos en los brazos y no ha logrado deshacerse de la grasa que ennegrece sus uñas cortas, sin embargo el sempiterno sello de oro está impoluto. Vive solo, aunque no gana poco, pero es tímido para el tipo de compañía a la que, normalmente, puede acceder en su círculo. Necesita a alguien a quien invitar a una mariscada, pero es vegetariana y lee libros de personas con nombres sin género. Son sesenta y tres con catorce.
¿Cómo puede haber más de ochocientas puertas de embarque en un aeropuerto con dos terminales? Menos mal que inventaron las cintas mecánicas, qué calor… «¿Hola?» Ejecutivo cuarentón, bajito y mal conservado, busca compañera de viaje y «lo que surja». Ha avistado a una veinteañera, medio hippie, y pasa al ataque. «¿Vuelves a casa? ¿Estudias o trabajas?» ¡No! ¿En serio? ¿Qué es esto, una película de Manolo Escobar? Ella, amablemente, responde. El tipo se siente observado, por qué será. Estás haciendo el ridículo, so baboso, y lo peor es que la mema esa te sigue la bola… Pobrecita, son casi tres horas de viaje. Desde la pasarela acristalada de aquellos que sólo llevaban equipaje de mano se ve la zona de recogida para quienes facturaron y allí está otra vez, ahora su sonrisilla es completamente rijosa, mientras la mira con ojos de buitre y ella, ensimismada, no para de charlar. De nuevo, él se siente observado; de nuevo, por qué será. Gira levemente la cara hacia la cristalera y ve a un pequeño grupo de personas, que niegan con la cabeza, mirándolo sin reparos. No imaginamos tu historia, nos conocemos tu cuento.
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Wicklow |
Una puerta enorme, pesada, con desconchones que dejan entrever la vieja madera mal tratada con el paso de los años. Pero no por el tiempo, sino por la ignorancia. Pintada y repintada, en lugar de lijada y barnizada. La mirilla de disco está condenada, los sesenta tapizaron esta puerta por dentro con tela de cortinas y remaches dorados. Una década después instalaron el ascensor, ¿cómo podían subir y bajar las señoras de postín estos cuatro pisos que te roban el aliento de siete? Está claro que el servicio, acostumbrado a recoger aceitunas desde niños en el campo, no tendría problema alguno en acarrear escalones arriba todos los caprichos y demás detalles pertinentes para los señores. Su segundo cambio de siglo jubiló totalmente la cadena y le incorporó sendos cerrojos de barra. En breve, el párvulo telefonillo de apenas cuarenta años dejará de hacerle compañía y aparecerá en escena otro más nuevo, más pequeño, más moderno, pero no mejor. Y ella se seguirá abriendo, encerrando los hilos de muchas vidas.
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Na Cúirteanna Breithiúnais Coiriúla |
Por eso, a veces, este tipo de personas se queda con la mirada perdida. Por eso, también, se abstrae y disfruta tanto en una playa perdida en la que no se puede bañar, sin riesgo de pasar a formar parte de la sección de congelados del supermercado. Por eso, además, le importa cómo huele dentro de alguna iglesia, qué tacto tienen las piedras de ese puente por fuera o cómo suenan las palabras inscritas en letreros que no entiende.
Y a ti, ¿qué te cuentan?